Otra vez me despierta, como un Padre a su hijita: silenciosa, imperceptible, cariñosamente.
Me abre los ojos para ver el día: hace rato que ya amaneció.
Él quiere mostrarme todo lo que ha hecho para hoy.
Pone en mi corazón nuevos latidos; su aliento le da vida a mi respiración. Su poder me levanta despacito, y me infunde confianza para afrontar lo que vendrá.
La gratitud surge espontánea y somnolienta: “Gracias, gracias por este día…” Y la mente agradecida comienza a hilvanar palabras bombeadas desde el corazón: “Gracias por tanto amor, Señor…gracias por tu presencia, gracias por despertarme con ternura… ¡otra vez!”
Y el día comienza. Voy a reírme a carcajadas. Voy a trabajar y a tomar decisiones. Voy a amar y a perdonar. Quizás llore por algo… (¡ojalá no!). Quizás haya preocupaciones o temores; ansiedad, impaciencia…pero voy a hablar, a lo largo del día, con mi Padre, el Dios que me despierta todos los días…y que te despierta a vos también.
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