Todas las Noticias

30 de agosto de 2013

Día de Reunión


Ten Fe


Palabras que edifican


¿Cómo lograrlo?

 Las mujeres tenemos fama de hablar mucho; y es una realidad; la mujer necesita utilizar miles de palabras más que el hombre para sentirse “comunicada” y satisfecha en su “vida comunicacional”. Pero qué hablamos? 

Las palabras hacen bien o hacen mal. ¿Has visto personas que lastiman con sus palabras? O quizás vos misma te has oído hablar palabras que dañan. No siempre se intenta decir lo que se dice. El dolor exagera. La herida lo aumenta. Y decimos cosas que nos hacen mal, y hacen mal al otro. Quejas, palabras negativas, juicios, palabras sin fundamento, percepciones equivocadas, mentiras, palabras con ira, en fin, sin amor. Hay bocas que dan vida, y bocas que dan muerte. Lo sabemos. 

¿Pero cómo logramos que nuestra manera de hablar honre a Dios, y haga bien al que nos oye, y a nosotras mismas?
Con el riesgo de hacer un “reduccionismo” del tema en cuestión, podemos decir que, en realidad, se trata del corazón y no meramente de la boca. “Porque de la abundancia del corazón habla la boca”.
Solo el Espíritu Santo puede transformar el corazón y el habla.
Cuando las palabras salen de un corazón sano, son palabras que hacen bien “espontáneamente”. Las palabras de aceptación, que consuelan, que alientan, que dicen “la verdad en amor”, surgen del corazón sano.
Examinemos nuestro ser interior, para que cada día el Señor sane las pequeñas-o grandes-heridas, y haga de nosotras mujeres capaces de manifestar el mensaje del evangelio simplemente con palabras que hacen bien. Palabras que corrigen, si es necesario, pero sin dejar de lado la aceptación y la paz, considerando siempre que todos necesitamos ser corregidos y “encauzados” en algún momento.

Dejemos que el Señor transforme nuestro corazón cada vez más. La Biblia dice que Dios “hace en nosotros lo que es agradable delante de Él”. Solo tenemos que decidir que vamos a permitir que Él nos ayude. ¡Y Él lo hará! No hay nada comparable al hablar que hace bien a los oídos, pero sobre todo al alma. Es un desafío, mujeres. Con Dios es posible. ¡Y vale la pena!

Paremos un minuto...y miremos

El mundo entero busca respuestas en todas partes, y muchos, con  desesperación.
Miremos y veremos. Observemos con detenimiento. La gente pasa a nuestro lado con con lágrimas invisibles en los ojos perdidos.
Escuchemos. Pasan, gritando sus silencios a quien tenga oídos para escuchar el ruego de su alma.
Oigamos. Más allá del lenguaje, más allá de las  quejas, un ser humano pide amor; pide paz.
Consideremos. No saben adónde van; andando en un círculo que los adormece.
Reflexionemos sobre esto. Cuánto, cuánto amor tenemos,  cuánta esperanza, cuánta fuerza, cuánta alegría, cuánta vida que se renueva todos los días—aunque envejecemos. Vida aquí y vida por la eternidad. Respuestas que nos sacian el alma. Camino al cielo. Disfrutando el sabernos amados, salvados, cuidados, y, especialmente el ser hijos mimados del Padre Perfecto.
Decidamos. Podemos decidir. Tenemos lo más preciado, ¡y es para compartirlo!...de la manera que queramos.